La Revolución mexicana tuvo lugar en 1910, aunque se prolongó hasta 1917, en contra de la dictadura de Porfirio Díaz. Y precisamente en un edificio comenzado por éste se alza el Monumento a la Revolución. Una curiosa lección de historia y de justicia poética. Lo que iba a ser el palacio Legislativo, sede del Senado y de la Diputación, cuya construcción fue interrumpida por la fraticida lucha y del que sólo se pudo alzar una pequeña parte, su cúpula que iba a ser el salón de los Pasos Perdidos, fue aprovechada a partir de 1930 para, tras las pertinentes modificaciones llevadas a cabo por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, y terminadas en 1938, albergar las tumbas de algunas héroes revolucionarios así como de algunos posteriores; en la base de sus anchos pilares se encuentran los restos de Pancho Villa, Francisco Madero, Venustiano Carranza, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, auque no están abiertas al público.
En el año 1986 se completó el complejo de marcado carácter art decó, ya que Porfirio Díaz era un enamorado de Francia y otro de los monumentos que impulsó, el Palacio de Bellas Artes, así lo confirma, instalándose en sus sótanos el Museo de la Revolución que cubre el periodo desde la entrada en vigor de la Constitución de 1857 hasta la nacionalización de las reservas de petróleo mexicano por el presidente Lázaro Cárdenas en 1938. En él pueden verse varias referencias España, en plena guerra civil por aquel entonces, como carteles y fotografías.
El Monumento a la Revolución está en medio de la amplia Plaza de la República, remodelada recientemente, mjuyu cerca del Paseo de la Reforma y de la Alameda. Y en ella puede verse también el edificio del frontón de México que se utilizaba para la práctica del jai alaiI, deporte de origen vasco y que arraigó entre los mexicanos.
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