martes, 26 de julio de 2011

UNA NUEVA LUCHA DE CLASES


El M-15 o los Indignados siguen con sus protestas. Los últimos en protestar fueron los jóvenes-y no tan jóvenes- de Israel. En Madrid han confluido caravanas procedentes de diversos puntos de España y ocupando de nuevo la puerta del Sol o el parque del Retiro siguen con sus asambleas y sus propuestas. Incluso el premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, autor de El malestar de la globalización los fue a ver y les dirigió la palabra, animándolos a profundizar y sistematizar sus propuestas. Porque precisamente eso es lo que necesita ese movimiento de protesta que reclama una profundización en la democracia aunque no acaba de definir el cómo más allá de formulaciones genéricas. Y corre el peligro de quedarse en un movimiento romántico, anecdótico y folklórico si no logra articularse y dar profundidad a sus propuestas.

En el fondo, ya lo apuntábamos en un artículo anterior, lo que subyace es una defensa del Estado de Bienestar y la necesidad de regular los mercados por los Estados, y no al revés, como está sucediendo en algunos casos. Estamos viviendo una nueva etapa en la lucha de clases, bien definida y analizada por Marx y por Engels. Solo que en la actualidad esa lucha de clases la están llevando a cabo los nuevos ricos y los nuevos capitalistas, especialmente los ligados al sector financiero -que es el menos productivo de todos- que aprovechan la debilidad general del sistema democrático para intentar implantar nuevas reglas. Si el Estado del Bienestar, impulsado después de la Segunda Guerra Mundial por socialdemócratas y cristianodemócratas se basa -a grandes rasgos- en repartir las plusvalías entre empresarios y trabajadores, de tal manera que los primeros además de obtener ganancias pudieran invertir una parte en mejorar la estructuras de sus empresas y los segundos obtuviesen además del salario directo un salario social (sanidad y educación gratuita, principalmente) y un salario diferido (pensiones), ahora ese pacto quiere ser abolido unilateralmente. Ante la debilidad de una clase política de izquierdas débil y un tanto desorientada con el fenómeno, entre otros, de la globalización, y una clase política conservadora, proclive a la ideas del mercado (las empresas deben ganar más todos los ejercicios en una progresión infinita y los salarios deben estar ligados únicamente a la productividad del momento y que cada cual se las arregle por su cuenta después) el pacto del Estado del Bienestar se está rompiendo.

Para atajar esta situación debe rearmarse el Estado que lleva ya varias décadas en situación de debilidad, cediendo posiciones. Necesitamos políticos más audaces, más firmes en sus convicciones, más luchadores por defender (y acrecentar) los principios ahora en peligro. Y para ello se necesita más política, más hombres y mujeres implicados en defender esos derechos en peligro. Y los indignados, o como quieran llamarse, deben continuar, dando incluso nuevos pasos al frente, concretando sus reclamaciones, articulándose adecuadamente y formulando racionalmente sus peticiones. Y la clase política deben escucharlos o, cuando se den cuenta, serán prescincibles y los defensores del capitalismo radical y ultranza los habrán suprimido, no les serán necesarios.

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