miércoles, 18 de enero de 2012

LA TRISTE CLARIDAD LECHOSA DE ESTE AMANECER SIN FI N (Relato)



Me desperté sobresaltado. Había un silencio aplastante y una claridad lechosa que apenas se insinuaba en la oscuridad de la habitación. No habían dado aun las siete, hora en que sonaba el despertador para hacerme levantar y dirigirme como todos los días al trabajo. Con los ojos pantanosos por el sueño alargué mi mano derecha para coger el reloj y comprobar la hora. Era un movimiento reflejo que repetía todos los días: primero, tropezaba siempre con una de las esquinas de la mesita de noche, después arrastraba las yemas de los dedos por su superficie hasta que, finalmente, topaba con el reloj. Pero ahora mi mano no alcanzaba la esquina punzante de la mesa: no encontraba nada. Sólo aire, el vacío. Volví a estirarla, ahora un poco más... Nada. La subo, la bajo... por fin. Toco algo. Pero no es la superficie fría, lisa y un poco pegajosa a causa del enceramiento a que periódicamente la somete mi madre. Lo que toco es algo desigual, áspero, granuloso, casi blando. Como una capa de polvo y tierra. Mi mano debe estar aun dormida. Abro y cierro los dedos, con un poco de trabajo pues aun están como aletargados por el sueño. Intento desperezar mi mano. Repito estos movimientos unas cuentas veces. De nuevo intento coger el reloj. Nada..., nada. Pero poco después, sí, toco algo. Otra vez la misma sensación de algo desigual, áspero, granuloso, polvoriento. Es imposible, claro, aun estoy medio dormido, con ese sueño pesado a medias entre la ficción onírica y un despunte de vigilia. Decido incorporarme. Esforzarme por despertar de una vez por todas. Si no llegaré muy tarde al trabajo, a revisar uno por uno el inmenso y polvoriento montón de legajos y carpetas de bordes carcomidos y amarillentos donde eventualmente trabajo, en un archivo municipal casi en ruinas. Sí, me levantaré. Tengo que hacerlo y hacerlo ahora mismo... Me incorporó sobre el lecho, sobre las arrugadas sábanas y el edredón medio caído a un costado de la cama. Pero al auparme sobre las manos, me hago daño. No me apoyo sobre el colchón. Mi cuerpo al levantarse no hace cimbrear la cama, que suele chirriar un poco. En las palmas de las manos siento una superficie dura, desigual. Mis manos se lastiman con las pequeñas piedrecitas, tan punzantes. Se me escapa un leve quejido. ¿Qué hacen unas piedras aquí, por pequeñas que sean?.. .Esto es absurdo. Incorporado a medias miro a mí alrededor, forzando la vista en esta semioscuridad lechosa. No estoy en mi cama, en las que tantas noches duermo, sueño, hago planes, lloró o me alegro, sino sobre tierra, sobre un suelo de tierra. Cierro los ojos con fuerza. Los abro. Parpadeo una, dos, tres veces. Si puedo hacer esto es que estoy despierto, no cabe duda. Miró a mí alrededor, entre la lechosa claridad del amanecer que apenas vence a la oscuridad de la noche. Sigo estando sobre tierra. Una tierra dura, polvorienta, seca, llana, grisácea... No veo más que esa tierra rodeándome. Miro hacia arriba. No hay ningún techo sino un cielo color ceniza, del que mana una luz tenue, difusa y lechosa. No tengo cama, ni techo, ni paredes de color verde, como en su tiempo mi madre se había empeñado en pintarlas en contra de mi opinión, ni la butaca en donde suelo tirar desordenadamente mis ropas al desvestirme, ni aquel crucifijo a la cabecera de mi cama puesto allí no sé para qué, ya que nunca le hago caso. No estoy en mi habitación. No he dormido en mi cama. Estoy sobre tierra en un sitio que no conozco ni del que puedo imaginarme como llegué hasta él. Todo es tierra. Tierra, tierra... No hay nada más. Ni árboles, ni césped, ni plantas, ni casas, ni ruidos. Solo tierra y un suelo ceniza. Escucho con atención, concentrado, intentando oír algo, algún sonido, algún susurro... Tal vez alguna lejana conversación de personas madrugadoras. O el latir del motor de algún coche. O el tip-tap de los tacones de las señoras sobre la acera cuando pasan por mi calle para ir a la primera misa de la cercana iglesia de los frailes, casi al lado de mi casa. No oigo nada. Nada, excepto el silencio. Este sí, éste lo oigo muy bien. Me zumba en los oídos, me rodea por todas partes, casi aplasta.... Estoy despierto, despierto del todo, No cabe duda. Tengo que reconocer que esto es absurdo, antinatural. Pero es. Estoy despierto, acabo de levantarme no de mi cama sino de la tierra, en donde he dormido. Estoy en un sitio extraño, desconocido, solitario... Lo sé, soy consciente de ello y siento algo en mi garganta, una especie de temor agrio que me sube hasta la boca... Pero no debo asustarme. En la vida siempre ocurren cosas lógicas, naturales, normales, habituales, racionales... Todo lo demás es producto de fantasías, de sueños, de periódicos y libros, de mentes enfermas. Tengo que calmarme: como cuando era niño y quería ir a mi habitación a coger algo: habitábamos en una casa de dos pisos, en el bajo estaban todas las dependencias excepto los dormitorios. y para ir al mío tenía que subir unas escaleras y como el interruptor de la luz estaba alto para mi estatura y no lo alcanzaba aunque me pusiese de puntillas tenía que subir los peldaños a oscuras. Sentía entonces miedo a que hubiera alguien acechando en la oscuridad para estrangularme, escondido en los rincones más ocultos de la escalera. Entonces intentaba tranquilizarme diciéndome esas cosas de la normalidad y de la lógica, dictadas por mi inteligencia y mi razón aunque fuese un niño y no las comprendiese del todo, pero mi corazón palpitaba más fuerte de lo habitual. Ahora pasa algo parecido. Estoy recién despierto en un sitio extraño, hostil. Algo absurdo. Es imposible. No debo dejarme llevar por el miedo. Pero me acuerdo en este momento de Dante y de sus círculos, de los senderos por los que iba avanzando cuando tropezó con la loba... Me tengo que levantar, incorporarme del todo. Tal vez entonces esto se desvanezca y llegue a sitios conocidos. A sitios donde pueda coger el autobús, ir al trabajo, recuperar la normalidad. Y esto simplemente será, tiene que serlo, tan solo un sueño... Ya está: me levanto, me incorporo. Estoy ligero, me siento leve. Miro a mí alrededor, a todas partes. Vistazos rápidos. No veo nada. Vuelvo a mirar hacía los lados, atrás. No distingo nada, nada excepto la misma claridad/oscuridad lechosa y tierra, tierra, todo a mí alrededor, bañada de esa luz opalina que permite distinguir las cosas pero sin revelar sus detalles. Como esa luz que hay en la habitación en el mes de octubre cuando me despierto a las siete de la mañana y las cortinas están firmemente unidas... Estoy levantado y comienzo a caminar, a dirigirme hacia algún lado. No me cuesta trabajo mover las piernas que parecen mucho más largas de lo que en realidad las tengo. Camino fácilmente. Me alejo del sitio donde estaba echado. Camino con solemnidad, como en esas películas en que algunos trozos están rodados a cámara lenta, pero me doy cuenta de que mis pasos despaciosos son muy largos y avanzo mucho camino. Alrededor, debajo de mí y por encima, todo sigue igual: tierras gris, cielo ceniza, claridad lechosa. Estoy perdido en algún sitio maldito. No voy a poder salir. ¿Por qué estoy en él?... Ayer, ¿qué hice ayer?. Fue un día normal, como todos..., como todos excepto hoy. Me levanté de mi cama, me duché con el agua medio fría porque el calentador funciona mal, desayuné un vaso de cacao, y me fui a trabajar. Al acabar, regresé a casa, comí, volví a salir, arregle unos cuantos asuntos menores, regresé, cene, vi un rato la tele y, por fin, me acosté. Como todos los días. Casi podría decir que fue un buen día... Y hoy, esto. Es una situación para volverme loco. Estoy perdido en un sitio de pesadilla. Sin poder hacer nada... He andado mucho. Sigue todo igual. Tierra gris, polvorienta. Cielo ceniza. La luz continúa siendo lechosa y no me deja ver bien. No amanece, no sale el sol. Me voy a volver loco... ¿Habré muerto por la noche? Puede que éste sea el otro mundo. El cielo. El infierno... No puede ser. No puedo haber muerto así, de una manera tan tonta, sin enterarme. Además, si estoy en el cielo ¡es un asco de cielo!. Y para ser el infierno es muy distinto de como lo describen... Estoy pensando disparates. Tengo que calmarme, razonar. Continuaré andando, he de llegar a la fuerza a algún sitio. Esto tiene que terminar. Todo tiene que terminar, hasta la vida. Puede que sí, que esté muerto. ¿Qué pensarán en casa?...¡Pero si no puedo estar muerto!. Lo habría sabido a ciencia cierta. Morir tiene que implicar más que una duda... Debo de tener fiebre. Debe ser todo esto una horrible pesadilla... Estoy cansado. He caminado mucho, durante lo que me han parecido horas y horas. Kilómetros y kilómetros. Y no he adelantado nada. Sigo encerrado en este pequeño y horrible mundo gris. No saldré ya nunca de aquí. Me moriré, si es que ya no lo estoy, de hambre y de sed, de cansancio. Y de soledad. Estoy solo, más solo que nunca. Metido dentro de la soledad, de esta soledad gris... Estoy cansado... Tengo que reposar y pensar claramente. Tengo que buscar una solución... Descansaré un rato. Dormiré un poco. Entonces podré pensar mejor, mucho mejor. Solucionar esto. Tengo que dormir un poco para descansar, pensar y arreglar esta situación... Sí, voy a dormir un poco. Es necesario que me vuelva a dormir. Después puedo que todo esto cambie...

(Del libro "Tú serás mi último fracaso")

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