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Lope de Vega |
Escenario de un teatro. Prácticamente vacío. Cerca del lateral izquierdo una percha sobre ruedas con vestidos colgados. A la derecha, un par de sillas. Entra la actriz. Va vestida de calle, informalmente: Una camisa y pantalones tejanos. Mira el escenario con detenimiento. Pasea alrededor de él. Al llegar al centro se para. Mira hacia el patio de butacas.
LA ACTRIZ
(Suspirando con satisfacción)
Bien. Aquí estamos de nuevo. En el teatro, sobre las viejas tablas de este escenario y con un nuevo proyecto. ¡Ya era hora!. Algo más de un año sin hacer nada, sin que me ofrecieran ningún papel...
(saca de un bolsillo el teléfono móvil) Y sin que nadie me llamara. Todos los días pendientes del dichoso móvil, mirando cada poco por si tenía alguna llamada perdida o un mensaje... Pero nadie del teatro se acordaba de mí. Sí, sí, las inevitables llamadas de las amigas para quedar a tomar algo o los intentos de cita de algún pesado para invitarme a cenar, esperando el muy mamón poder llevarme después a la cama. Pero avisos de trabajo en el teatro, ni uno.
(Vuelve a meter el móvil en el bolsillo y se acerca algo más a la boca del escenario)
Hasta que al fin llegó esta obra. Y un clásico del Siglo de Oro nada menos : Lope de Vega, uno de los pocos autores de su tiempo que logró hacerse rico con sus comedias, algo muy difícil en aquella época.... Bueno, en aquella época y en esta.
(Se acerca a las sillas, coge una de ellas, la coloca en el centro del escenario, y se sienta)
Claro que al principio, nada más que me ofrecieron el papel en esta obra, estuve a punto de decir que no, que de ninguna manera. ¡Seré tonta!. Y es que cuando me dijeron el título y sin saber quien era el autor supuse que era una comedieta infame, de esas que solo pretenden hacer reír fácilmente y llevar al escenario el éxito de esos programas del corazón que inundan la tele a todas horas, y encima con sabor y alcances regionales, hablando de lo que pasa aquí. Y es que el título, que tengo que confesar que desconocía, me despistó por completo. Cómo iba a saber, a pesar de que una tiene su culturilla, que lo de Las famosas asturianas era un clásico del siglo XVII. Seré gilipollas, pensé que iba de historias del corazón de tres o cuatro famosillas de aquí, de Asturias, contadas por ellas mismas estilo del club de la comedia. ¡Bueno, que digo historias del corazón! ¡Qué eufemismos! ¡O mejor. qué hipocresía¡... Las historias del corazón son verdaderamente historias de vagina, de folleteo rápido, de aquí te pillo y aquí te mato...Es que ahora o follas con un torero, futbolista o actor conocido o no eres nadie para las revistas de colorines. Claro que si la obra fuera así, tal y como había pensado en un principio, (riéndose) esas famosas asturianas la tendría que firmar no Lope de Vega, sino Lope de Verga
(Se levanta de la silla y vuelve a acercarse hasta las candilejas)
¡Pero que va!. Las famosas asturianas es un título más en la producción de Lope de Vega. Un autor que escribió algo más de 1.500 obras, una cifra impensable hoy en día. Y es que el entretenimiento favorito de los españoles en el siglo XVII era el teatro: los corrales de la comedia, hasta seis había en Madrid y el más famoso era el del Buen Retiro, cambiaban de programa cada semana. Y a la hora de la función, a media tarde, nobles, caballeros, artesanos o soldados iban al teatro a ver el espectáculo pero también a encontrarse, a ser vistos y a ver, y a galantear. Y es que, aunque en el siglo XVII había mucha pobreza y hambre entre la mayoría de la población, desde mendigos hasta hidalgos venidos a menos, al teatro era de las últimas cosas que renunciaban..., aunque nada más fuera por las apariencias que eran el mayor valor, si así se puede llamar, de aquella sociedad. Hasta había nobles arruinados que no tenían para comer, pero que antes de salir al paseo se echaban migas de pan por el chaleco para así aparentar suculentos almuerzos.
(La actriz se pasea por el frente del escenario)
Lope de Vega conoció el éxito, la fama y el dinero. Esto último casi imposible en aquellos tiempos en que los escritores tenían que tener un mecenas, escribir para un rey, príncipe o noble. Y si no malvivir entre trampas, deudas, oficios diversos y picarescas varias. Algunos, como Quevedo, que era miope y fue de los primeros que popularizó las gafas (con los dedos de las manos las simula), los anteojos, y que por eso durante mucho tiempo se llamaron con su nombre, quevedos, tuvo que ser diplomático en Italia, aunque en realidad lo que hizo fue ser espía y jefe de espías y pasar por la cárcel, además de poeta y agudo satírico, Algunas de sus ironías y retruécanos llegaron hasta nuestro tiempo. Me acuerdo de mi abuela que me contaba un atrevimiento de este poeta ante la reina, que cojeaba ligeramente. Una tarde, paseando por el jardín, Quevedo se acercó hasta ella y con una reverencia le ofreció flores, diciendo : “entre el clavel y la rosa, Su Majestad es coja”.
(Vuelve hasta la silla haciéndose la coja y apoyándose en su respaldo continúa sus reflexiones en voz alta)
Claro que muchos otros escritores del Siglo de Oro, que fue un siglo de miseria y hambre para la mayoría de la población así como confirmó la decadencia del Imperio Español, fueron pobres o tuvieron que buscarse una salida en la Iglesia, haciéndose curas o frailes para poder comer caliente todos los días. Así fue eclesiástico Góngora, considerado el poeta más culto y prestigioso de su tiempo, quizá porque escribía versos complicados, jugando con las palabras en vez de con la ideas, en un estilo llamado culteranismo contrapuesto al conceptismo, representado por Quevedo. Góngora era tan complicado que para describir en su poesía a un gallo escribía doméstico del sol, nuncio canoro. Pero antes de ordenarse tuvo una juventud disipada, galanteando con conocidas comediantas, y fue acosado por los acreedores por su desmedida afición al lujo y, sobre todo, al juego. Pero terminó siendo sacerdote y consiguiendo el puesto de capellán real. Lo mismo le pasó a Pedro Calderón de la Barca, el del Segismundo de La vida es sueño o El alcalde de Zalamea, en la que pone las bases del poder en el individuo y en su honor. Calderón fue alegre soldado en su juventud pero después se hizo sacerdote y también fue capellán de Felipe IV... Pero a lo que iba, Lope de Vega a pesar de su éxito y su dinero, terminó siendo también cura: curador oficial de la Cámara Apostólica y familiar del Santo Oficio de la Inquisición. Eso sí, después de correrla bien corrida, como los otros. Dicen las crónicas que Lope fue gallardo, mujeriego y vitalista. Vivió numerosos y apasionados amores, entre los que hubo raptos, aventuras con mujeres casadas, destierros, hijos, duelos y muertes. Vamos, que cuando llegó al sacerdocio estaba bien experimentado.
(Se acerca hasta las perchas donde está colgado el vestuario, descuelga algunos, los mira y los prueba por encima)
Mi papel en Las famosas asturianas, que se desarrolla en la corte asturiana, en tiempos de Alfonso II el Casto, es el de la protagonista: doña Sancha, hija de don García quien quiere que se case con Laín aunque ella está enamorada de Nuño Osorio. Un papel que me permite múltiples registros, desde amante de la caza y de la guerra hasta rendida enamorada. Una obra atrevida para la época ya que al estar basada en el tributo de la cien doncellas, que había que entregar al rey moro, y yo soy una de ellas, me desnudo por completo ante el asombro de la corte, que juzga que estoy loca hasta que les explico que no, que me desnudo porque considero que estoy entre mujeres únicamente, ya que ellos son tan cobardes como féminas porque no se rebelan ante el infamante tributo.
( Vuelve al centro del escenario)
Y además de todo esto, el papel de Sancha me permite cantar en escena:
Pariome mi madre
una noche oscura,
cubriome de luto,
faltome ventura.
Cuando yo nací,
hora fue menguada:
ni perro se oía
ni gallo cantaba.
Ni gallo cantaba
ni perro se oía,
sino mi ventura
que me maldecía.
(Selecciona un par de vestidos que coloca sobre la silla del lateral y vuelve al centro de la boca del escenario)
El papel de doña Sancha debió de ser escandaloso en la época, ya que hasta finales del siglo anterior, del siglo XVI, estaba prohibido que las mujeres se subieran a los escenarios y sus papeles los representaban muchachos vestidos de mujer. Supongo que Las famosas asturianas, publicada en 1623, no se estrenó, que es lo más probable, o la actriz que hiciera de doña Sancha de la época no se desnudaría en escena. Buena era la Iglesia en aquel entonces para permitirlo, la Inquisición hubiera llevado a la hoguera a la que se atreviese a ello.
(Coge uno de los vestidos que había seleccionado y se lo pone)
Claro que al director de nuestra compañía, y autor de la dramaturgia, eso del desnudo le viene muy bien. Porque, por supuesto, quiere hacer una versión actual, adecuando escenas y diálogos... Y acortando personajes, que hoy la economía manda mucho en el mundo del teatro. Las famosas asturianas tiene un reparto de veinticuatro personajes, además de soldados moros, soldados cristianos, músicos, acompañamiento y gente... Eso sin contar las cien doncellas. Al final lo dejará en una docena de personajes (algunos de ellos dobles), música enlatada y, eso sí, unas cuantas doncellas... desnudas, por supuesto, ya que, según nuestro director, son la esencia de la trama.
(Se quita el vestido y se pone otro)
Y es que el reclamo del cuerpo femenino (se levanta con picardía la falda y se coge los pechos) dice que es fundamental en el argumento de Lope, que si él lo había pensado así en el siglo XVII cómo no lo vamos a respetar en el XXI. Lo único que me parece que respeta el director es la taquilla y el morbo. Y después dice que es feminista, que la igualdad entre hombres y mujeres es esencial, y se declara metrosexual. Eso sí, los desnudos hay que respetarlos pero el texto, no. Nada de versificaciones, que ya se sabe, afirma, que los actores españoles decimos muy mal el verso clásico y el público se aburre. El texto, en tres actos y unos ochenta folios, hay que aligerarlo y actualizarlo.
(La actriz se va quitando el vestido de época y se pone la ropa que traía al principio)
Aunque al final lo descartó, estuvo dudando de conservar parte de la fabla que utiliza Lope en esta obra, una mezcla entre latín macarrónico, bable y dialecto leonés, por si conseguía alguna subvención de la Consejería de Cultura por utilizar la llingua asturiana.
El caso es que ha conseguido financiación y la obra, Las famosas asturianas, se hará. Y yo seré doña Sancha. Una doña Sancha como nunca imaginó Lope de Vega.
(Mira todo el escenario, paseando por él la mirada, y se va por el fondo. Poco antes de salir, se vuelve, mira de nuevo hacía el patio de butacas y todavía dice una última frase antes de macharse definitivamente)
Seré una magnífica Doña Sancha, aquí, en este escenario, con luces, decorado y público... Y espero que haya aplausos, muchos aplausos.