jueves, 16 de junio de 2011

JADE96 (relato)

"Pareja de enamorados", de Juan G. Ripolles


Como todas las mañanas, Luis llegó a la parada del autobús con un par de minutos de adelanto. No le gustaba apresurarse ya desde las primeras horas y comenzar el día con prisas. Se levantaba siempre sin necesidad del reloj. Aproximadamente, una hora antes de tener que levantarse ya se despertaba. Encendía la radio y escuchaba las noticias en una especie de duermevela confortable. Llegado el momento, se incorporaba de la cama, se duchaba y se afeitaba, se vestía y preparaba el desayuno: zumo frío de naranja de tetabrik, un té con limón, unas galletas dietéticas y queso de untar. Lo comía en el salón viendo la tele que normalmente repetía noticias del día anterior. Después miraba por la ventana el tiempo que hacía y bajaba a la parada del bus, comprando antes el diario en el puesto que había en los bajos de su casa. El autobús habitualmente iba medio lleno (o medio vacío). Y como siempre desde hacía un par de meses, desde que la primavera había empezado a llenar de pequeñas hojas verdes las esqueléticas ramas de los árboles en las aceras, lo primero que hacía después de acomodarse en uno de los asientos, si es que había alguno vacante, o  en caso contrario de situarse apoyado contra una de las ventanillas y cerca de una de las barras, era mirarla.
Anteriormente, nunca la había visto. No habían coincidido en el autobús ni en ninguna otra parte. Pero desde la primera vez que la observó, que reparó en ella, todos los días la encontraba. Casi siempre sentada, lo que hacía suponer que vivía cerca del arranque de la línea. Alguna vez, pocas, de pie, lo que le permitía contemplarla desde otros ángulos. En aquellas aproximadamente ocho semanas, de lunes a viernes, su presencia era como una convocatoria fija a la que se había acostumbrado. Casi lo primero que hacía en el autobús era buscarla con la mirada. Y durante los quince minutos que duraba su trayecto la contemplaba, excepto cuando su asiento y su posición quedaban enfrentados. Entonces se veía obligado a ser más discreto. Apenas unas miradas de reojo o, si ella leía un libro, algo más detenidas.
Era de estatura normal. Facciones regulares, quizá las orejas un poco grandes, pelo ligeramente rizado de un moreno tirando a caoba, tez pálida. Normalmente iba de pantalones, con un suéter ajustado que le moldeaba agradablemente sus pechos llenos. Todo de color negro. Y por encima un ligero abrigo de piel color granate. Solamente la había visto hablar en un par de ocasiones, con otra muchacha. Entonces charlaba sin cesar, con unos ojos marrones muy expresivos. Le gustaba. Decididamente, le gustaba.
De vez en cuando fantaseaba sobre quién era, qué hacía, adónde iba. Y desde hacía unos días había pensado en abordarla. Lo ideal, pensaba, era que el asiento a su lado estuviese libre. Así sería más fácil y  natural poder entablar una conversación. Pero hasta el momento eso no había sucedido. Tenía que reconocer que era un tanto tímido, que le costaba iniciar así en frío una conversación. Por lo menos una conversación que no fuera excesivamente tópica y que no se agotara al cabo de un par de frases. Tenía que ser algo interesante, con un tema que permitiese prolongar los primeros comentarios, incluso retomarlos al día siguiente. Posiblemente algún tema de las noticias del periódico. Unos comentarios casuales que pudiesen derivar en algo más concreto. Así podría comenzar una relación que se convirtiese más tarde en algo personal. Tomar un café, quizá ir al cine, posteriormente invitarla a cenar...
Pasaban los días y no encontraba el momento oportuno para hablar con ella, nunca había a su lado ningún asiento vacío. En un par de ocasiones se situó muy cerca, a su espalda. Tan cerca que podía oler su perfume. Incluso una vez rozó su pelo. Era algo más baja que él, aunque cuando llevaba tacones muy altos se igualaban. Había podido observar que tenía un pequeño lunar en la oreja izquierda. No llevaba pendientes, pero sí una cadena en el cuello. Decidió que lo mejor sería continuar el viaje en el autobús hasta que ella se apease. Así sabría a donde iba, en qué lugar trabajaba, quizá donde estudiaba... Debería tener unos veinticinco años, aunque él fuera muy malo calculando las edades. 
Un lunes lluvioso llevó a cabo esa idea. Siguió de largo al llegar a la parada donde habitualmente se bajaba y con la vista fija en ella continúo viaje hasta que la muchacha se levantó y se dispuso a bajar, cuatro paradas más tarde. La siguió, procurando dejar una conveniente distancia entre ambos. Caminaron un trecho hasta que entró en un comercio de bisutería. Merodeó un rato por los alrededores, tomo un agua mineral en una café de las proximidades, y así se cercioró que de trabajaba en la tienda. Eso le daba nuevas opciones de abordarla. Quizá podría entrar un día a comprar algo y cuando ella le atendiera le diría que la reconocía, que hacían todos los días el mismo trayecto en autobús. Si lo hacía a última horas de la tarde, poco antes del horario de cierre de la tienda, a lo mejor podría acompañarla hasta el autobús, sentarse con ella y dar comienzo así a una relación. Después todo sería más fácil. La verdad es que cada día le gustaba más, se había enamorado de ella. Y eso que no era muy enamoradizo. Cuando era estudiante las chicas no le hacían el menor caso, más bien tendían a ignorarle. Cuando salía con un grupo de amigos, siempre se encontraba solo mientras que el resto se emparejaba fácilmente. Hasta que conoció a Flora. Fue su primer y único amor. Pero había acabado mal. Tendría que tenerlo en cuenta para no repetir lo que había hecho mal con Flora.


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Con Flora las cosas habían sucedido fácilmente. Se enamoraron enseguida. Pero tras unos meses de noviazgo ella se había puesto a trabajar en una oficina. Y entonces todo se empezó a torcer. Al principio él no se había dado cuenta de nada. Pero, posteriormente, comenzó a observar, cuando la esperaba a la salida de la oficina, que siempre bajaba con el mismo compañero. Cuando le dijo a Flo, solía llamarla así, que ese tipo no le gustaba nada, que mejor no tuviera contacto con él, ella se rió y le dijo que era un buen compañero, pero nada más. Y siguieron saliendo al mismo tiempo y juntos de la oficina. Luis se lo volvió a reprochar pero entonces su novia le contestó enfadada que no fuera celoso, que no se entrometiese en su vida profesional. Estuvieron así, enfadados, unos cuantos días. Flora era muy cortante, ácida, mandona y le reñía a la menor ocasión. Entonces, le recordaba a su madre, con la que había tenido una difícil relación a pesar de que vivieron juntos hasta su muerte, hacía pocos años.
Aunque volvieron a amigarse y continuaron su relación las cosas ya no eran como antes. Estaban más tensos, a la mínima ocasión discutían. Todo por el empeño de ella de no cortar unas relaciones que sabía le disgustaban a él. ¿Por qué ese empeño en salir del trabajo siempre con el mismo compañero? ¿Por qué esa defensa de lo que llamaba vida profesional?. Él no tenía secretos para ella, se dedicaba por completo a Flora y no salía con ninguna otra amiga. Por lo tanto quería para sí lo mismo que ofrecía. Su novia, su mujer, tenía que dedicarse a él y no compartirlo con nadie ni con nada. Un sábado por la noche salieron a tomar unas copas y en uno de los bares al que acudieron se tropezaron con su compañero de trabajo. Flora fue a saludarlo y estuvo hablando unos minutos, que le parecieron eternos. Cuando volvió a su lado, Luis estaba muy enfadado. Salieron discutiendo del local. Ella afirmaba que había obrado correctamente, que no tenía de nada de que arrepentirse. Al llegar al portal de su casa, la disputa no había decrecido. Para despedirse quiso besarla como siempre, pero ella no se lo permitió. Como insistía lo apartó, empujándolo.
--¡Déjame! No tengo ganas de que me beses..., y menos a la fuerza, como si fuera una propiedad tuya. ¡Que me dejes!
Él estaba enfadado. Era su novia. La besaría cuando quisiera. Justo cuando ella se desprendió de su abrazo, y subió apresuradamente los tres escalones de la parte interna del portal camino del ascensor, saltó sobre ella para retenerla y en el forcejeo Flora resbaló y cayó dándose un fuerte golpe en la cabeza. Cuando fue a ayudarla vio con horror que la sangre empezaba a manar, empapando su melena y extendiéndose por el suelo. Se asustó y marchó de allí corriendo.
Al día siguiente la policía lo fue a buscar. Entonces se enteró de que Flora se había desnucado, muriendo instantáneamente. Contó que la había dejado en el portal como siempre y que se había marchado para su casa. Le creyeron y habían atribuido la muerte a un resbalón, a un accidente casual.

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 Pasaron varios días más. Luis no se decidía a abordarla. No sabía su nombre pero en su fuero interno la llamaba cariño y hablaba con ella. Estaba tranquilo, no tenía prisa. Sabía que el momento llegaría y que todo iría bien entonces. Sin duda había encontrado a su pareja  Todos los días en el autobús procuraba situarse lo más cerca posible de ella. Un día tras otro, al acecho de su oportunidad. Cada vez averiguaba más cosas, cómo vestía, qué bisutería llevaba, cómo eran sus bolsos, generalmente grandes, qué novelas leía en el trayecto... Hasta que una mañana se enteró de algo muy especial. Estaba con una amiga y ésta le dijo que le mandaría un correo electrónico con unas fotos. Como siempre, Luis estaba pendiente de la conversación situado lo más cerca posible. Así puedo enterarse, cuando la amiga pidió que le confirmará su dirección en la red, que ésta era Jade96@ y el correspondiente punto com. Entonces decidió aprovechar esta información y modificar su estrategia. Desde ese momento, todos los días le enviaba un e-mail. Le decía que era un admirador, que estaba enamorado, que le concediera una cita. Ella no le contestaba. Pero seguía insistiendo. En una ocasión le reveló que todos los días la veía en el autobús. Y al día siguiente pudo comprobar la curiosidad de ella, cómo miraba a su alrededor intentando buscar entre los pasajeros a su anónimo admirador. Eso le dio una sensación de poder, de controlar la situación. Durante unos pocos días disfrutó de esos momentos. Pero lo que verdaderamente deseaba era hablar directamente con ella, salir a pasear, al cine o al teatro, a cenar. Poder hacer el amor con ella, sentir como se enamoraba de él...
Un día el momento que esperaba llego. El asiento de al lado estaba vació. Lo ocupó.
-- Buenos días, Jade.
Notó como se sorprendía y se ponía rígida. Lo miró y enseguida retiró la mirada.
--Buenos días, Jade -repitió-. Me llamo Luis. Tenía muchas ganas de conocerte personalmente.
--Pues yo, no –respondió cortante- ¿Cómo supiste mi correo electrónico? Me acosas a través de él. Deja de molestarme.
--Sólo quiero hablarte. Llevamos semanas coincidiendo todos los días en el bus. Me gustas y me parece estúpido que no nos comuniquemos, viéndonos como nos vemos a diario. Dos extraños en el autobús separados por una barrera invisible. No tiene sentido.
Él siguió hablándole. Ella no le contestó. Pero al menos continuó sentada, escuchándole aunque fingiese lo contrario. Al día siguiente, nada más entrar en el autobús la saludo, como si de viejos amigos se tratasen. No tuvo suerte ya que el asiento contiguo estaba ocupado por una anciana. Pero al poco tiempo se apeó y pudo sentarse al lado de ella. Le habló de varios temas y consiguió algunas contestaciones, aunque monosilábicas. Pero así empezaron su relación.  
Pocas semanas más tarde comenzaron a quedar los fines de semana. Se veían por tanto ya todos los días. Aunque Jade se mostraba amistosa no propiciaba sus avances amorosos y él comenzaba a inquietarse. Toda la paciencia que había mostrado en sus maniobras de aproximación previas al contacto personal desapareció. Seguía siendo amable y educado pero cada vez la presionaba más. Le volvió a repetir por enésima vez que estaba enamorado y que deseaba que viviesen juntos. Ella no le rechazaba frontalmente pero iba dando largas. Una noche salieron a cenar y después Jade aceptó tomar una copa en el apartamento de Luis  para ver unos vídeos que había tomado durante unas vacaciones el año anterior. Una velada que se antojaba perfecta en su conclusión. Mas las cosas no salieron bien. Bebieron unos güisquis, visionaron los vídeos, comenzaron a besarse y a acariciarse. Estaban un poco borrachos. En plena efusión amorosa, sobre el sofá, él con un brusco movimiento le quitó las bragas y se echó sobre ella. Pero Jade decidió que no quería continuar, que no pensaba pasar de los abrazos y caricias. Lo empujó fuertemente y él cayo al suelo, golpeándose la cabeza con una de las mesitas auxiliares. Se levantó y le dio un fuerte bofetón que ella le devolvió  con presteza. Continuaron  la pelea con furia cada vez mayor y haciéndose daño. En un momento dado, cuando las patadas y bofetones se habían generalizado, la cogió por el cuello, apretándoselo fuertemente, y levantándola del suelo la agitó violentamente insultándola, llamándola loca. Tras unos minutos así, Jade dejó de ofrecer resistencia y su cuerpo se desmadejó. Entonces fue consciente de que acababa de matarla. Intento reanimarla pero ya no había nada que hacer.
--¡Oh, no! ¡Dios! Yo no quería. ¡Joder, qué mala suerte tengo! Otra vez como con Flora. No hay derecho, Dios. ¡Esto no me puede volver a pasar a mí!
Posándola con cuidado sobre el sofá, comenzó a llorar con la cabeza hundida en el regazo de ella. Los efectos del alcohol fueron pasando. Y la realidad fue tomando cada vez mayor cuerpo. Cómo explicar lo que había sucedido. Nadie lo creería. La policía miraría sus antecedentes y saldría a relucir lo del accidente de Flora. Diría  que era un asesino, lo encerrarían. No podría convencerles de que era inocente, de que todo era un desgraciado accidente. Que él la amaba y no quería matarla. Pasada media hora, agotado por el alcohol bebido, por la pelea y por la posterior crisis emocional, comenzó a darse cuenta de que lo primordial era deshacerse del cadáver. Jade parecía dormida. Estaba pálida y muy bella. Hubiera sido la esposa perfecta, pensó. Pero las mujeres eran impredecibles, caprichosas. Ninguna lo había comprendido hasta ahora... Quizás la próxima.










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