lunes, 25 de abril de 2011

NARCOMÉXICO

Vendedora indígena en el centro de México D.F./Foto del autor



Mercado en Cuernavaca/Foto del autor
































De México se pueden hablar muchas cosas  buenas y positivas. De sus colores y sus olores, sobre todo para los extranjeros. De sus comidas. De sus paisajes: montañas y  desfiladeros como el de la Barranca del Cobre, mucho más amplio que el conocidísimo del cañón del Colorado; de la Sierra Madre y sus bosques; de sus desiertos, tantas veces paisajes de películas estadounidenses del oeste; de sus playas y litorales, tanto del Pacífico (Acapulco, la baja California) como del Atlántico (golfo de México, mar del Caribe); del color de sus flores como las de las jacarandas o las buganvillas, o de lo recio de sus cactus; de la amabilidad de sus gentes; de sus músicas surgidas a partir de la colonial guitarra introducida por los españoles y que ha derivado en músicas como el bolero o las rancheras y producido cantantes míticos como Pedro Infante o Jorge Negrete y  compositores de la talla de Agustín Lara, o esas agrupaciones de mariachis y tríos; de sus arquitecturas coloniales y sus calles y plazas trazadas en rectángulos… Pero si se quiere ser fiel a la realidad no se puede, hoy en día, dejar de hablar de la guerra del narco y las víctimas inocentes que produce. Guerra entre los carteles  traficantes, guerra entre estos y el gobierno, todo en un marco de desigualdades sociales pronunciadísimas, de pobreza, de corrupción y de una cierta sensación de impunidad y descontrol en la justicia.
Acabo de regresar de unas cortas vacaciones por la península de Yucatán, de recorrer las asombrosas ruinas mayas, y me encuentro con noticias de que en la turística Acapulco acaban de asesinar a cinco empleadas de un centro de estética. O de que hace unos pocos días doce personas han sido asesinadas den Monterrey, la Barcelona de este país, y de que en Ciudad Juárez, una de las más vigiladas y casi ocupada militarmente, tres niños murieron abrasados después que unos desconocidos lanzaran un cóctel molotov por la ventana de su casa. O que en Tamaulipas, el estado donde los criminales operan con casi total libertad, se hayan encontrado 145 cadáveres en doce fosas clandestinas en la localidad de San Fernando, donde el verano pasado fueron asesinados 72 emigrantes centroamericanos. Y otra fosa con diez cuerpos completos, tres cabezas y cuatro cráneos acaba de aparecer en Durango. Algo de todo esto está estos días denunciando en España la periodista y escritora JudithTorrea, de origen español, pero afincada en Ciudad Juárez.
No es de extrañar que tanto Estados Unidos como España reiteraran la peligrosidad de viajar a ciertos Estados, los considerados más peligrosos, como Baja California norte, Sonora,  Chihuaha, Nuevo León, Tamaulipas, Sinaloa, Michoacán o Guerrero. Y es que por mucho esfuerzos que haga el Gobierno mexicano, inundando con pobres resultados algunas ciudades de policías y militares, mientras no  sean eficaces en la lucha contra el blanqueo del dinero y eliminen las injusticias sociales, dando oportunidades en educación y creando empleos, sobre todo para los más jóvenes, el narcotráfico será la única salida para poder subsistir que tienen miles (¿quizá millones?) de mexicanos.

ENCUENTRO EN LA NIEBLA (Relato)

                                Montañas de Oaxaca/Foto del autor

La muerte es el hecho primero y más antiguo, y casi me atrevería a decir: el único hecho
(La conciencia de las palabras. Elías Canetti)

... y logró sacar de aquel vértigo el recuerdo perdido que relució  como una moneda bajo la lluvia.
(El hacedor. Jorge Luis Borges)

Conducía por carreteras secundarias para huir de la monotonía de las autopistas y conocer algo más de los lugares por donde pasaba. Acababa de atravesar todo un paisaje industrial lleno de chimeneas, gasómetros, humos, altos hornos y bastantes  naves abandonadas, fantasmagóricamente iluminadas. Justo entraba en una larga recta y había dejado atrás un indicador que ponía Solís, un lugar junto a Avilés, en Asturias, cuando una espesísima niebla me rodeó. Apenas veía nada y tuve que aminorar la marcha. A menos de cuarenta kilómetros por hora y me costaba distinguir algo más allá de mis narices. En la radio, la 2 desgranaba « Nuit sur les Champs Elysées », de Miles Davis. Muy apropiado, tanto por lo de la noche como por la tristeza y misterio de la pieza que armonizaba con aquella espesa niebla algodonosa que hacía irreal el camino.
Llevaba un cuarto de hora en esas condiciones. Conducía despacio pues tan solo podía vislumbrar unos metros de la carretera. Estaba comenzando a ponerme nervioso. Lo único que me gustaba de conducir era la posibilidad de ver los diferentes paisajes. Y no aquella niebla que trasmutaba en opresor todo lo que me rodeaba. De repente, me vi obligado a frenar bruscamente pues un Fiat Bravo estaba medio atravesado en la carretera. Entonces apareció ella. Como recién salida de un salón de belleza. Se acercó a mi coche y me pidió si la podía llevar. El suyo se había estropeado. Naturalmente, le dije que sí, que encantado. Subir a una bella desconocida al coche es una situación que siempre podía prestarse a ser el marco de una aventura amorosa. El inicio de una relación que muchas veces se piensa pero que nunca ocurre. No soy muy hablador y me costó iniciar un tema de conversación. No pude rehuir los tópicos y comenzamos hablando de averías en los coches. Pero era muy simpática y habladora y el diálogo se desarrolló con fluidez. Era ella la que llevaba el peso de la charla. Mientras tanto la niebla seguía espesa, resultaba muy molesta y el tiempo pasaba sin que llegáramos a ningún sitio. Comenzaba a preocuparme pues ya deberíamos haber entrado en Oviedo. Un cuarto de hora más tarde continuábamos en la misma situación. Empecé a considerar la posibilidad de que en la niebla me hubiese equivocado de carretera e inadvertidamente hubiera tomado un ramal secundario. Estábamos comentando esa circunstancia cuando divisamos unas luces, una casa y letreros que señalaban un hotel y bar restaurante.
Decidimos parar a tomar algo. Unos bocadillos, unas cervezas, una agradable conversación. Sus ojos cálidos que miraban con interés y su sonrisa franca, abierta y acogedora hicieron que el tiempo pasara rápido. Afuera la niebla continuaba. Medio en broma, especulamos con tener que pasar la noche allí. Y, de repente, no sé muy bien cómo, eso decidimos. En la recepción del hotelito nos informaron de que sólo disponían de una habitación libre y no de dos como yo había demandado. Iba a desestimar la oferta cuando ella se me adelantó y sin consultarme decidió que nos quedábamos con el cuarto. Dirán que era una situación ideal para una romántica aventura, más con una mujer como ella, guapa, joven y simpática. Sin embargo, mientras subíamos a la habitación situada en el primer piso, estaba nervioso y preocupado por cómo comportarse en ese trance.






Me desperté con dolor de cabeza. La habitación era de color blanco, pequeña. El pie de la cama era metálico e igualmente pintado de blanco. Me costaba mover el cuello y al ir a mirar la hora en el reloj de pulsera sentí un tirón y un agudo dolor. Tenía el brazo vendado y unido a las gomas de un gotero. Estaba en un hospital. Sorprendido fue examinando todo a mí alrededor y evaluando mi propio estado. Tenía colocado un collarín en el cuello y una de mis piernas estaba escayolada. También tenía vendada la frente.
Noté una rara sensación en el estómago. Como un vacío. ¿Qué hacía en un hospital? Sólo recordaba la niebla, el encuentro con aquella mujer y que habíamos pasado la noche en un hotel, en la misma habitación ya que no había libre ninguna otra. No podía recordar nada más. ¿Cómo de aquella situación pasaba a esta?   Una y otra vez lo pensé y no logré encontrar ninguna respuesta válida. Lo único que conseguía recordar era eso. Y muy nítidamente. Ella, su melena ligeramente rizada, sus ojos grandes, sus labios llenos, la sensación de camaradería, lo bien que me había encontrado en su imprevista compañía. Elisa, se llamaba Elisa. La había conocido y al poco tiempo parecía como si fuera mi amiga de siempre. O puede que algo más que mi amiga. Habíamos subido a la habitación del hotel... ¿y después? A partir de ese instante no recordaba nada. No sabía lo que había sucedido y por qué estaba en una habitación de hospital.
Entró un médico acompañado de una enfermera. Me sonrió automáticamente y me felicitó por haberme despertado. Era una muy buena señal, me dijo, tras una semana de permanecer inconsciente. Algo habló de un accidente de coche y de un fuerte traumatismo craneal que les había tenido muy preocupados. Pero aseguró que me recuperaría pronto, en apenas una semana si todo seguía bien. Cuchicheó algo a la enfermera, que me puso una inyección, y se despidieron. Comencé de nuevo a pensar en lo que me había sucedido y en el evidente vació de memoria que tenía cuando empezó a hacer efecto el sedante. Apenas un instante más y noté que me quedaba dormido.






Ella, Elisa, estaba conmigo. Me tenía cogida la mano y reposaba a mi lado. La luz  tibia del sol entraba por la ventana, a la izquierda. Su pelo me cosquilleaba en el hombro desnudo. Se estaba bien así, con una sensación de placidez muy grata. Apenas nos rozábamos en la cama pero sentía que su cuerpo rotundo junto al mío me transmitía su grato calor debajo de las arrugadas sábanas. Comentamos que si fuera una película norteamericana uno de los dos, al menos, estaría fumando. Pero ni ella ni yo teníamos ese vicio. Se río con calma, sosegadamente, y algo dijo sobre que esto había sido mejor que una película. Soltó su mano de la mía y se apartó un mechón de pelo de la cara, dejándome ver uno de sus pechos, pleno, blanco y redondeado, que parecía justo hecho a la medida de mi mano. Pensé que las cosas empezaban, por fin, a ir bien.






El ruido del taconeo de una mujer en el pasillo me despertó. Sobresaltado, fui consciente de que estaba en la habitación del hospital. En la cama de la derecha estaba un enfermo que respiraba afanosamente y se quejaba suavemente en sueños. Me seguía doliendo la cabeza. En el silencio nocturno volvió a oírse el apresurado caminar de alguna enfermera poco considerada con el descanso de los internados.
Lejos quedaba Elisa y la habitación del hotel. Volvía a revivir aquel encuentro. Por la mañana ella había comentado lo imprevisto del destino, lo impensado de las situaciones a las que el azar nos conduce, y se dispuso a llamar a un taller de reparaciones con grúa para que le recogiesen su coche y solucionasen la avería. Con esa sonrisa suya, que todo lo inundaba de simpatía y calidez, se despidió con un beso. Murmuró sobre seguir cada uno su camino y a su manera y tarareó en voz baja “My way”, como Frank Sinatra. Todavía podía sentir ese beso en mis labios. Había sido un beso de adiós, ligero y suave, pero en él había puesto mucho más que una despedida rutinaria.
Intenté relacionar las dos situaciones, el accidente y el encuentro con ella, pero me volví  a quedar dormido sin haber logrado llenar el vacío que separaba una de otra.
Entre sueño y sueño, entre recuerdos más o menos precisos, fueron pasando los días hasta que una mañana el médico acompañado de la enfermera se presentó a pasar su acostumbrada visita matinal. Se sentó despreocupadamente al borde de mi cama, esbozó la acostumbrada sonrisa profesional -¿la enseñarán en la Facultad o será una habilidad innata?- y tras un somero examen me dijo que me alegrara, que ya estaba suficientemente recuperado y que ese mismo día me daría el alta. Entonces le exigí una explicación más detallada del accidente. Al principio se resistió, pero ante mi insistencia me lo contó. Había embestido con mi coche a otro que estaba atravesado en la carretera. Sin duda, a causa de la espesa niebla que había aquella noche, comentó. En el choque había muerto la conductora de aquel vehículo. Ante mis preguntas me enseñó, algo más tarde y ya en su despacho, recortes de varios periódicos donde venía relatado el suceso. La foto de la víctima mortal se había publicado. Era ella. Era Elisa.






Hacía más de tres horas que había salido del hospital. Ya no tenía ninguna duda sobre el accidente. El atestado de la Guardia Civil era concluyente. La víctima era Elisa Gutiérrez Mestres, de treinta y dos años. Me encontraba como mareado no podía asimilar lo que había pasado. Seguía sin acordarme del choque. Y, además, aun comprendía menos lo sucedido. Porque de haber pasado las cosas así –y de ello no había duda a la vista de los informes del Juzgado y de lo publicado en la prensa- todavía eran más inexplicables mis recuerdos de Elisa, del encuentro con ella, de la estancia en el hotel, de la noche que habíamos pasado juntos... Sencillamente, eran recuerdos imposibles. No podía tenerlos pues nada de ello podía haber sucedido. Ella había muerto antes. No había podido invitarla a subir a mi coche, ni hablar con ella, ni nada de todo lo demás. Ella ya estaba muerta pues nuestro encuentro era posterior en el tiempo. Yo recordaba nítidamente haberla tratado después de haber visto su coche parado entre la niebla. Por tanto después del accidente y de su muerte. Era imposible.
En el taxi, camino del aeropuerto, no podía dejar de pensar en todo ello, en aquellos recueros imposibles que almacenaba mi cerebro. Tenía que haber sido un sueño o una pesadilla a causa del traumatismo craneal y de los fármacos que me habían administrado para sedarme. Pero mi cuerpo me decía que no, mi piel aun conservaba la sensación del tacto de su piel, mis labios el calor de su último beso de despedida. Ya en la sala de espera, aguardando el anuncio del embarque que se estaba retrasando, intenté alejar aquella fantasía. Procuré hacer cuentas de cuando podría ser mi vuelta a Asturias... Seguramente, dentro de unos meses, por las vacaciones de verano, a no ser que por las Navidades pudiera coger algunos días, prolongar el puente y dejar Madrid.
Ya instalado en el avión –había pedido asiendo de ventanilla para poder ver así la costa, el mar, los verdes prados y los picos de Europa- me dispuse a hojear el periódico, a ponerme al día de la situación del país, seguramente tan aburrida y decepcionante como de costumbre. Aunque el avión parecía ir lleno, el asiento contiguo al mío no estaba ocupado. Mejor, pensé, así no tendría que intercambiar esas frases rutinarias con el viajero de al lado. Y, además, podría acomodar mejor mi pierna escayolada. Desplegué las páginas del diario y me dispuse a leerlo de atrás hacía la portada: los comentarios de televisión, economía, deportes, sociedad y cultura, nacional, opinión, internacional... En eso estaba cuando a punto de despegar el avión entró corriendo el último y rezagado pasajero acuciado por la azafata para que ocupara su asiento lo más rápidamente posible. Lo hizo en el único que estaba vacío, a mi lado. Y al sentarse, me miró y apartando de la cara su melena ligeramente rizada me sonrió. Era ella. Era Elisa.
Entonces lo supe. Tuve la certeza de que el avión se estrellaría. De que en el accidente yo moriría, moriríamos todos. También Elisa.

Del volumen "Tú serás mi último fracaso"

jueves, 14 de abril de 2011

ESTADOUNIDENSES Y ESPAÑOLES, BIEN ACEPTADOS EN MÉXICO

                                           Catedral y Zócalo de la ciudad de México /Foto del autor


Los mexicanos - siempre tan orgullosos de su nacionalidad como ellos mismos proclaman en todas las ocasiones- tienen una cierta desconfianza hacia los extranjeros. En unos casos por viejas razones históricas sobre la conquista y colonización del país -los españoles- y en otros por cuestiones de proximidad y colonización económica, así como por el desprecio hacia sus emigrantes -los estadounidenses Ya lo decía el presidente Porfirio Díaz: tan lejos de Díos y tan cerca de los norteamericanos.
Pero parece que esa desconfianza ve atemperándose. En una reciente encuesta, México, las Américas y el mundo 2010, efectuada por el  Centro de Investigación y Docencia Económica, en el apartado de Opinión sobre grupos extranjeros el 47 por ciento de la población piensa que los extranjeros debilitan costumbres y tradiciones mientras que el 77 por ciento creen que traen ideas innovadoras. Claro que hay un 41 por ciento que dicen que quitan espacios de trabajo a los nacionales y un 76 por ciento opinan que contribuyen a la economía del país.
Así, un 56  por ciento tienen muy buena o buena opinión sobre los estadounidenses, y un 55 por ciento sobre los españoles, que son los dos grupos que tienen mejor aceptación. Les siguen, por este orden, chinos, cubanos y argentinos.

PUERTO DE VERACRUZ, PUERTA DE MÉXICO

                                          Faro Carranza y Oficinas marítimas /Foto del autor
                                           Paseo del Malecón /Foto del autor
                                           Marimbas en el Zócalo /Foto del autor
                                           Fuerte de San Juan de Ulúa /Foto del autor

Puerto de Veracruz /Foto del autor

El puerto de Veracruz ha sido durante siglos la puerta de entrada a México desde Europa. Ya Hernán Cortés hizo su primer desembarco en un isla que está a dos kilómetros y desde entonces todos los conquistadores o colonizadores, así como los emigrantes españoles o europeos -incluidos los republicanos españoles que huían de la represión franquista tras la guerra civil- utilizaron este puerto para llegar a México, en muchas ocasiones haciendo escala previa en La Habana (Cuba)... por lo menos hasta que se normalizaron los vuelos comerciales.
 Fue también esta ciudad escenario de diversos conflictos bélicos, desde los ataques de naves inglesas (1567 y 1683), de las naves francesas contra López de Santa Anna (1838) o por la ocupación de tropas estadounidenses durante la guerra entre México y EE.UU. (1847).  El presidente Venustiano Carranza vivió allí durante la Revolución en el edifico que alberga hoy las oficinas marítimas y el faro de su mismo nombre. En 1917 comenzó en esta ciudad  a esbozarse lo que sería la Constitución del país.
Veracruz fue así durante mucho tiempo una de las principales ciudades mexicanas pero no se consolidó definitivamente como gran urbe debido a las enfermedades tropicales, malaria y fiebre amarilla sobre todo.  Hoy en día tiene algo más de medio millón de habitantes y su puerto está entre los más importantes de la costa atlántica. Sus carnavales pasan por ser los más animados e importantes de México.

domingo, 10 de abril de 2011

LA CULTURA Y LAS PISTOLAS

  

                                          Conservatorio de Música.Avilés /Foto del autor
                                                         Teatro Palacio Valdés. Avilés /Foto del autor

Si oigo la palabra cultura echo mano a mi pistola, es la frase que más o menos se atribuye a Goering, el jerarca nazi que se suicidó con cianuro antes de ser ahorcado, tal y como le habían condenado en Nuremberg. Hoy en día no creo que nadie acuda a la pistola cuando no le gusta un proyecto cultural -aunque alguno sí tendría ganas de hacerlo- pues mayormente basta con cancelar, recortar o negar presupuestos ya que, desgraciadamente, gran parte de la actividad cultural depende del dinero que aportan los gobiernos de los Estados, Comunidades o Ayuntamientos. Es más, si no fuera por un residuo latente de conciencia, muchos suprimirían directamente los ministerios, consejerías o concejalías del ramo. 
Ahora a distancia de esas formas, no hay duda, la cultura sigue siendo un bien discutible, prescindible o, al menos, recortable. Cuando hay una crisis, cuando los presupuestos sufren para poder encajarlos en los montos económicos de los que se dispone de lo primero que se suprime es de la cultura, un capítulo siempre proclive a ser recortado o disminuido. Algo que vemos continuamente. Claro está que en épocas en que las cuentas no cuadran hay que hacer ajustes y suprimir gastos. Es algo razonable. Pero ya no es tanto que suela efectuarse esa política de contención presupuestaria de manera desigual y siendo la cultura de lo primero es ser recortada. 
¿Es innecesaria la cultura? Todos negarán, y con vehemencia, ese supuesto. Pero estarán de acuerdo con que no es prioritaria y por el contrario sí aplazable para tiempos mejores. Suele ser la hermana pobre, la cenicienta de los proyectos.  Los recortes presupuestarios sobre todo en proyectos ligados a la creación, siempre preteridos a espectáculos mucho más agradecidos como puede ser una aplaudida obra de teatro de éxito comercial (sobre todo si los actores salen en la tele) o a la presencia de alguna estrella cinematográfica. 
Lo dicho: hoy no hacen falta pistolas contra la cultura.

Publicado en "La Voz de Avilés"

PEDRO MENÉNDEZ, FUNDADOR DE LA PRIMERA CIUDAD DE ESTADOS UNIDOS

                                                Novela gráfica de próxima publicación en España y EEUU


Un 15 de febrero de 1519, hace 492 años, nació en Avilés Pedro Menéndez, Adelantado y Conquistador de La Florida, y posiblemente uno de los últimos grandes colonizadores españoles -a caballo entre soldado, navegante, cartógrafo y gobernante -de su estirpe. De él se ha escrito mucho y en Avilés lo tenemos como uno de nuestros principales personajes históricos, conjuntamente con el pintor Carreño Miranda y el comediógrafo Bances Candamo. De él sabemos que fundó San Agustín, ciudad de La Florida hermanada con Avilés, y primer asentamiento urbano de lo que hoy es Estados Unidos un 28 de agosto de 1565, cincuenta y cinco años antes de que lo hicieran los peregrinos puritanos ingleses del Mayflower en las costas de Massachusetts y que muchos historiadores consideran erróneamente como los fundadores de la primera ciudad norteamericana. 
La leyenda negra
También Menéndez arrastra la mala fama, la leyenda negra –esa leyenda negra tan cultivada por los ingleses de la época contra el imperio de Felipe II y en el caso del avilesino alimentada asimismo por los franceses- como autor de masacres contra los hugonotes galos que querían establecerse en tierras de La Florida y contra los nativos de las mismas. Sí es  cierto que luchó contra los hugonotes y en Fort Carolina mató a 142 franceses, aunque respetó la vida de mujeres y niños. Y posteriormente en otra escaramuza pasó por las armas a otros 200, de los que sólo perdonó a ocho que se confesaron católicos. Y es que hay que situar los hechos en la época y en la extrema crueldad de las guerras de religión que se llevaban a cabo. Hay que tener en cuenta que precisamente los franceses fueron enormemente crueles contra sus compatriotas hugonotes, que consideraban herejes. No hay que olvidarse que a partir de 1556 llevaron a cabo las matanzas de Vassy y de San Bartolomé. Ni que los ingleses, un siglo después, en 1692, y bajo el reinado de Guillermo III, asesinaron a un centenar de escoceses bajo la disculpa de no prometer correctamente lealtad. Una época cruel.
El trato a los indígenas
En cuanto a su relación con los indígenas hay que señalar que respetó a las tribus indias de la zona (timicuanos, calusas y muscoguis, principalmente) aunque sí es cierto que se encontraron con la hostilidad del cacique Saturiba y sus guerreros que atacaban a los españoles cuando estos intentaban proveerse de víveres –la carencia de los mismos fue uno de los mayores problemas de los españoles que no recibían provisiones  regulares desde Cuba - en los alrededores del fuerte. Esas escaramuzas se incrementaron y en una ocasión  los indios llegaron a quemar el fuerte de San Agustín, prontamente rehecho. Asimismo emprendió  una expedición para castigar a los nativos que habían asesinado a los misioneros jesuitas en Axacán, en lo que hoy es el estado de Virginia, Pero en general Pedro Menéndez intentó hacer amistad y llevarse bien con las tribus indígenas hasta el punto que en 1566 otro de los caciques de la zona, llamado Carlos, le ofreció a una hermana suya como esposa y Pedro Menéndez la aceptó llamándola doña Antonia y trasladándola a Cuba, isla de la que sería nombrado gobernador. Y es que el avilesino, como la mayoría de los españoles que tomaron parte en la aventura de las Indias, no discriminaban a los nativos por el color de la piel o por su raza sino, fundamentalmente, por su religión. No hay que olvidarse de que acudieron tanto por conquistar tierras y conseguir riquezas como por llevar la religión católica a todos los confines del mundo. Hay que tener en cuenta que la corona española se consideraba una monarquía universal cristiana. Tanto es así que Menéndez fundó en Cuba un seminario para instruir en la religión a los indígenas de La Florida.
Otras actividades
Trece años antes de la fundación de San Agustín, Pedro Menéndez ya había comenzado a viajar al Nuevo Mundo, a esa expansión que el occidente -entendiendo como tal sobre todo a los países de la órbita mediterránea- había emprendido hacia el otro occidente, en ese viaje hacia el oeste siguiendo el recorrido solar. Y en 1554, Felipe II le nombró ya Capitán General de la flota de las Indias. Estuvo en La Española, en Cuba y en México. Incluso fue encargado de transportar tropas para combatir la rebelión de Lope de Aguirre. Pero sobre todo a partir de su periplo a La Florida –en parte iniciado para intentar buscar a su hijo Juan, desaparecido en naufragio por la zona- se dedica, relegando la aventura militar a un segundo plano, a intentar organizar la colonización y a cartografiar la costa este  y descubrir pasos navegables por las islas del Caribe, especialmente el canal de las Bahamas..
Así, y siguiendo en parte la doctrina de Bartolomé de las Casas, considera fundamental atraerse la amistad de los nativos y establecer un plan de reforma colonial sobre la base del significado providencial de la monarquía española y, al mismo tiempo, creando un principio de autonomía de los nuevos territorios basado en el reconocimiento de la población indígena y en unos ciertos criterios democráticos –bien que relativos, hay que tener en cuenta la época- de los habitantes, españoles y nativos, estructurados en base a una organización municipal. Porque lo que tenía muy en cuenta Pedro Menéndez era que España colonizaba la franja este de lo que hoy es Estados Unidos o ingleses y franceses se establecerían en ella, como efectivamente así ocurrió.
Por ello, se dedicó a explorar, cartografiar y recorrer esa costa americana, principalmente lo que hoy es La Florida, Georgia y Carolina del Sur. Pero, desgraciadamente, Felipe II urgido en sofocar la rebelión en Flandes –entonces bajo dominio español- le nombró capitán general de una poderosa flota que se estaba preparando a esos efectos. Y en esa tarea murió en Santander de un tabardillo maligno  (una especie de tifus) el 16 de setiembre de 1574 y la colonización de la costa este norteamericana fue cayendo en el olvido.

Publicado en "La Voz de Avilés".
                                                                                              

miércoles, 6 de abril de 2011

LEONORA CARRINGTON, SUEÑOS EN BRONCE








                                          Fotos del autor


La escritora, pintora y escultora Leonora Carrington acaba de cumplir los 94 años de edad, casi al mismo tiempo que la publicación de la novela que sobre ella ha escrito Elena Poniatowska, premio Biblioteca Breve 2011 y del anuncio de una nueva muestra de sus esculturas. Leonora Carrigton nació en Inglaterra y vivió en varios países hasta que, huyendo de los nazis, se refugió en España en donde la internaron en un hospital psiquiátrico de Santander a causa de una crisis nerviosa. En 1941 se pudo fugar  y al año siguiente se establece en México donde reside, aunque en 1968 lo abandonó temporalmente en protesta por la represión y asesinatos de estudiantes ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas, durante el mandato del presidente Echevarria.
Las fotografías de sus esculturas arriba publicadas son de su última exposición al aire libre, en el parque de Chapultepec.

sábado, 2 de abril de 2011

TEOTIHUACÁN, FÁBRICA DE DIOSES





 
                                            Fotos del autor
Teotihuacán, palabra náhualt que viene a significar algo así como lugar donde fueron hechos los dioses, es un gran complejo arqueológico que se encuentra a cincuenta kilómetros de México D.F y en donde habitaban la primera gran civilización de México. Actualmente una gran exposición viajera se encuentra en Barcelona para después exhibirse en Madrid y en otras capitales europeas. Merece la pena ir a verla.
Teotihuacán, tras su fundación, unos dos siglos antes de Jesucristo, fue creciendo hasta convertirse en un estado imperial, el mayor de Mesoamérica, y alcanzar los 125.000 habitantes entre los años 250 y 600. Pero en el siglo  VIII fue incendiada, saqueada y abandonada.
Hoy pueden recorrerse sus restos, el trazado urbano de la ciudad y las pirámides del  Sol (63 metros de altura, levantada en el año 150) y la de la Luna, de similar tamaño y construída unos cien años más tarde.

viernes, 1 de abril de 2011

TÚ SERÁS MI ÚLTIMO FRACASO (Relato)



Fue toda una sorpresa. La última que hubiera esperado. De ella, no. De Elena, no. Era su tercera mujer, más joven que él, muy dulce y enamorada, siempre dispuesta a complacerle: se llevaban y se entendían perfectamente, tanto en el trabajo como en el hogar o en la cama donde ella era ardiente, apasionada y afirmaba que la hacía disfrutar  lo indecible. Sí, sí, pero ahí estaba: sorprendida en el camerino, desnuda entre ropas y maquillajes revueltos y tirados por el suelo y en brazos del regidor, que huyó precipitadamente en cuanto entró monsieur Ravel.
La situación no admitía explicaciones. Ravel, al borde de la apoplejía, furioso y dolido, únicamente acertó a decir con rabia una sola frase.
-- Tú serás mi último fracaso


        II




Monsieur Ravel era artista de variedades, más exactamente de varietés como decía él. De lo mejor en su especialidad, por cierto. Así  lo reconocían público, crítica y empresarios, sobre todo estos últimos... lo que especialmente llenaba de satisfacción al artista más que nada porque esa admiración repercutía en sus ganancias. Hora es de decir que monsieur Ravel era cantante flatólogo, y así lo especificaba en sus tarjetas y así figuraba en los carteles de propaganda. Era el mejor en su género, muy poco cultivado y con escasa competencia por tanto. Monsieur Ravel interpretaba los éxitos del momento y algunos himnos como "La Marsellesa". Muy aplaudida era su versión de la composición de Padilla "La violetera", tal y como se oía en "Luces de la ciudad", la película de Charles Chaplin, Charlot.
Este cantante flatólogo, que en puridad no cantaba sino que más bien tarareaba, se declaraba el mejor discípulo de otro famoso artista, de monsieur Pujol - a quién había superado, de creer sus afirmaciones-, quien a principios de siglo había triunfado en el Moulin Rouge de París. Tanto el uno como el otro, el maestro como el discípulo, solían hacer sus interpretaciones de espaldas al respetable público, que a pesar de  esa característica seguía teniendo para ellos la consideración máxima. Pero monsieur Ravel superaba a monsieur Pujol en que como final de su actuación producía los llamados Ángeles Azules, una serie de flatos inflamables que su ayudante en escena -que solía ser su esposa- se cuidaba de encender con una plateada antorcha preparada al efecto.
Aunque siempre entre el público -y también de vez en cuando entre algún crítico- surgía quien despectivamente tildaba al espectáculo de simple sucesión de sonoros pedos que remedaban con más o menos acierto la melodía escogida, monsieur Ravel argumentaba, muy serio y convencido, que lo suyo era arte, estrictamente arte. Unos privilegiados cantaban con sus gargantas, otros interpretaban al piano o tocaban el violín... Él conseguía los mismos resultados mediante sus flatulencias, bien educadas y dominadas tras un largo y costoso aprendizaje. El arte, decía, se sirve de todos los caminos.
Y  es que además, según explicaba a cualquier oyente que mostrara la más mínima señal de atención, ningún flato es igual a otro, cada persona los emite de forma peculiar y propia. La flatología, una ciencia poco conocida, lo determinaba sin lugar a dudas: a cada persona, a cada carácter, corresponde un flato. Los estudios de campo así lo habían corroborado. Los flatulogramas  realizados por el científico estadounidense Michael Levitt revelaban que una persona sana y a nivel del mar  tenía una media de 15,1 crepitaciones diarias, mientas que un escalador situado a 7.000 metros de altura expulsaba gases cada 11 minutos. Además monsieur Ravel siempre recordaba que Martín Lutero consideraba de buena educación preguntar a sus comensales: "¿por qué no eructan y sueltan pedos, acaso no les ha gustado la comida?". Eso sí, tildaba a Goethe y a los alemanes de ásperos y poco sensibles porque no sabían apreciar el arte del flato, recriminando al autor de "Fausto" que en la segunda parte, acto cuarto, de esa obra pusiera en boca de Mefistófeles aquello de "A toser empezaron los demonios, a ventear por arriba y por abajo, quedó lleno el infierno de sudor y olor a azufre. ¡Qué gas tan horrible!". En resumen, que monsieur Ravel estaba más que orgulloso de su peculiar arte.
III


La noticia conmovió al mundo de las varietés. Todos los periódicos la publicaron, algunos en lugares muy destacados. El diario ABC dedicó una tercera página a glosar el suceso desde el punto de vista de las peculiaridades sentimentales, con frecuencia desordenadas y fuera de norma, de los artistas. En su última función monsieur Ravel había salido solo al escenario, en contra de su costumbre de hacerse acompañar por una bella paternaire, que solía ser siempre y sucesivamente  alguna de las tres mujeres que había tenido. Ejecutó su número habitual con simple corrección al principio, aunque según iba avanzando su actuación se iba superando. tanto fue así que posiblemente la de aquella noche era su mejor interpretación en mucho tiempo. De espaldas al público, con los pantalones negros bajados a medias y la faldamenta de su chaqué de lamé ligeramente subida, mostrando un culo gordezuelo y bronceado -pues bien se cuidaba  de mantenerlo así mediante sesiones de lámpara solar- había  llegado a su parte final  desgranando con precisión y ritmo "La Marsellesa" y después, con sensibilidad y sentimentalidad, "La violetera"... para terminar con una gran traca de Ángeles Azules, espléndidos y luminosos, que él mismo se encargó de encender, y una serie de formidables truenos, de flatos sonoros, que retumbaron en todo el patio de butacas. 
Tanto fue el ruido que nadie oyó el disparo ni sospechó  nada hasta que vieron caer derrumbado a monsieur Ravel mientras que de su mano se escapaba un niquelado revolver y una mancha de roja sangre comenzaba a extenderse por las tablas del escenario.

IV

Poco después, cuando introducían el cadáver de monsieur Ravel en su camerino, se conocía la segunda parte de la desgracia, que en realidad era primera parte pues había tenido que suceder antes de la actuación final e inolvidable del gran artista del flato. Su joven tercera esposa, la que ese mismo día le había sido infiel  con el regidor, era encontrada también muerta: con un gran corte en la garganta y sobre un charco de sangre, desnuda por completo y  yaciendo sobre lo que habían sido unos grandes y deseables pechos, enseñando un culo en que le habían clavado la plateada antorcha con que solía encender los flatos de final del número de su esposo.
(Del libro "Tú serás mi último fracaso". Ediciones Azucel)

LA ARMADA ESPAÑOLA EN MÉXICO


Torre Mayor. México D.F. (Foto del autor)

Con seguridad la pregunta que más me formulan, tanto aquí en México como cuando visito España, es la misma: ¿Qué tal te tratan los mexicanos? La respuesta no tiene duda: bien, incluso muy bien. De por sí los mexicanos suelen ser muy amables y correctos. Es habitual al hablar con ellos que empleen abundantes fórmulas de cortesía, incluso algunas de ellas nos remiten a modismos usados en la vieja España, hace siglos. Por ejemplo, cuando mencionan su hogar o te invitan al mismo, es usual que empleen la expresiónsu casa de usted. Con frecuencia suelen dar las gracias usando la fórmula qué amable es usted. Y eso que forman un pueblo muy orgulloso. Tienen a gala ser mexicanos y defender su patria y sus valores. Orgullosamente mexicanos es una frase que abunda mucho, tanto si se refieren a su selección nacional de fútbol, a productos aquí fabricados y tradicionales o a empresas de moderna tecnología que ponen esa frase al lado de su marca, aunque el resto de sus informaciones vengan en inglés. Ya lo dijo el que fuera su presidente Porfirio Díaz: ¡Pobre México! Tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios. De ese orgullo patrio es buena muestra las gigantescas banderas tricolores que adornan diversos puntos de la ciudad y que impresionaron al expresidente español José María Aznar en una de sus visitas, hasta el punto de que a su regreso mando erigir una enseña española de gran tamaño en la madrileña plaza de Colón.
Particularmente, sólo tuve a este respecto que comento un único incidente. Paseando por la plaza central de Coyoacán (aquí la llaman zócalo y por eso en todas las ciudades y pueblos tienen su zócalo) se me acercó un joven alto y de poco aspecto mexicano que me preguntó amablemente si leía poesía y ante mi afirmación se empeño en venderme un librillo que había publicado con sus rimas. Como no debió gustarle mi negativa a adquirirlo me dijo algo así como que español tenía que ser (nada más abrir la boca me reconocen por el acento), uno más de los que conquistaron al país y chingaron a su abuela.
Una anécdota, sin más, pero que pone de relieve un sustrato de resentimiento de un pueblo ante sus antiguos colonizadores, aunque hayan pasado ya dos siglos desde la independencia. Pero es curioso, ya que hablamos de ello, el levantamiento contra la potencia colonizadora, España, no vino fundamentalmente de los indígenas sino de los criollos, hijos de españoles, que querían el poder para sí. Por desgracia, en muchos casos de la historia de este pueblo norteamericano, los indígenas, los indios, fueron más pretexto que otra cosa. Aún hoy en día son, generalmente, la clase más humilde y la que ocupa los puestos de trabajo peor remunerados, aunque claro está que hay muchas excepciones. Y de esto de ser conquistados y colonizados sabemos muchos los españoles: fenicios, romanos, godos, árabes, judios… han formado parte de nuestro sustrato enriqueciendo cultura y costumbres.
Cuando la selección española de fútbol gano la Eurocopa muchos nacionales aquí residentes fueron a celebrarlo ante la Cibeles (estatua copia de la madrileña, levantada en un parque de la Roma norte) al igual que muchos mexicanos que iban con el equipo español. Pues eso fue criticado en alguna carta al lector aparecida en los diarios. Pero la mayoría no tiene ese resentimiento, ya que además es muy frecuente que las familias mexicanas tengan entre sus abuelos o padres o tíos un familiar español. No en vano la colonia española de primera, segunda o tercera generación, es la más numerosa en México. También hay de muchas otras nacionalidades, especialmente libaneses y judíos. Estos últimos viven en gran parte en Polanco, uno de mejores lugares de la capital y el que más aspecto europeo tiene. Y respecto a los libaneses y sus descendientes, algunas de sus familias son de las más prósperas del país (como los Slim o los Helú).  
Y es justamente en el aspecto económico donde algunos mexicanos comienzan a desconfiar de España, de su segunda conquista del país. En la revista económica “Expansión”, una de las de mayor prestigio en su campo, se publicaba una relación de las 500 mayores empresas radicadas aquí, en México. En ella figuraban más de una veintena españolas: grupo financiero BBVA (puesto 10), grupo financiero Santander (23),Iberdrola (65), Telefónica (76), Movistar (86), seguros BBVA (148), Inditex (166), Unión Fenosa (179), Gas Natural (211), Mapfre (216), Pensiones BBVA (299), Atento servicios profesionales (313), Afore Bancomer BBVA (329), Codere entreteniemiento (331), Hipotecaria Nacional (343), seguros Santander (357), Hoteles NH (445), Afore Santander (403), Preactiva Medio Ambiente (415), Grupo Santillana (427), Santander casa de bolsa (446), Indra (464) y Mecalux (436). Y la propia revista advertía que, entre estas 500 grandes empresas, no figuraban otras españolas como Eulen u OHL porque no habían querido facilitar datos oficiales. Asimismo habrán advertido que algunas de las empresas relacionadas, especialmente BBVA y Santander, están subdivididas y, por lo tanto, su sitio en el ranking es muy inferior al que les correspondería si agrupasen sus resultados.
Otro diario económico, “El Financiero” que, curiosamente, tiene la mejor sección cultural diaria de toda la prensa mexicana, publicaba el pasado mes de junio un artículo sobre estos temas, firmado por Jorge Meléndez Preciado, y del que me permitiré reproducir algunas líneas: “Desde hace tiempo se habla en México del regreso del “La Armada Española” para significar que han crecido desmesuradamente las inversiones de ese país en nuestra tierra. En 1994 había 145 millones de dólares hispanos por acá; en 2007 se contaban 26 mil millones de dólares. La expansión de las empresas en dicho lapso fue de diez veces. Bancos (uno de ellos recoge la tercera parte de sus ganancias en la sucursal mexicana), telecomunicaciones, energía, turismo, y otras más son ahora las empresas que dirigen quienes nos conquistaron y ahora pretenden hacerlo con formas más sutiles.”
¿Son mayoritarios los sentimientos que recoge ese artículo? Creo que no. Incluso hay quienes les parece muy bien esas aventuras empresariales e intentan propiciar mayores inversiones para así contribuir al desarrollo económico y al empleo en México. Pero, como es natural, las opiniones son diversas. Pero en el trato personal, en el trato de la calle, hay más cordialidad. Muchas más son las cosas que nos unen que la que nos separan a mexicanos y españoles.

UN ÉXITO DE TODOS

Casi coincidiendo con la entrada de la primavera y con el Día Internacional de la Poesía, con el sol luchando con las nubes y la borrasca para reflejarse cegador en lo blanco de la cúpula y poder rielar brillante en las aguas de la ría, este fin de semana -escogido por razones de oportunidad y de normativas que impiden inauguraciones muy próximas a citas electorales- pasará a la historia de Avilés por la puesta en marcha del Centro Niemeyer. Visitas de miles de asturianos, de personas conocidas de la política, del mundo de la cultura, de la arquitectura, de ciudades hermanas como la de San Agustín de La Florida, han conocido este nuevo e ilusionante proyecto ya hecho realidad en un tiempo récord (para lo que aquí se acostumbra) y pudieron disfrutar del nuevo paisaje urbano, de la música dixeland de Woody Allen y su banda de jazz, de las canciones del asturiano Víctor Manuel y de la brasileña Mart´Nàlia o de la gastronomía de los Morán.
Un proyecto al que han contribuido muchos, pero nacido del personal interés del saliente presidente del Principado de Asturias, Areces, de la presión de IU por un equipamiento cultural en Avilés tras perder el Museo de la Industria, del apoyo del Ayuntamiento de Avilés y la buena disposición de la Autoridad Portuaria y del regalo del proyecto arquitectónico del brasileño Oscar Niemeyer, tras ser distinguido con el Premio Príncipe de Asturias. Pero que también en su momento contó con la fuerte oposición del alcalde de Oviedo que quería para su ciudad el futuro centro y que desencadenó una batalla política llevada a cabo por el partido Popular cuyos ecos -ya bastante amortiguados- se escuchan aún hoy en día. Y todo eso rodeado del entusiasmo de muchos avilesinos y el escepticismo y el derrotismo de otros. Pues, hay que reconocerlo, nuestros demonios familiares (y basta con leer algunos comentarios en la edición digital de este diario) reaparecen una y otra vez a lo largo de la historia local para oponerse, descreer y vituperar cualquier intento de modernización y avance. Pero el Centro Niemeyer es una palpable realidad y Avilés con él puede tener un gran futuro. Hagámoslo posible entre todos.
(Publicado en La Vozde Avilés.27.03.2011)