lunes, 25 de abril de 2011

NARCOMÉXICO

Vendedora indígena en el centro de México D.F./Foto del autor



Mercado en Cuernavaca/Foto del autor
































De México se pueden hablar muchas cosas  buenas y positivas. De sus colores y sus olores, sobre todo para los extranjeros. De sus comidas. De sus paisajes: montañas y  desfiladeros como el de la Barranca del Cobre, mucho más amplio que el conocidísimo del cañón del Colorado; de la Sierra Madre y sus bosques; de sus desiertos, tantas veces paisajes de películas estadounidenses del oeste; de sus playas y litorales, tanto del Pacífico (Acapulco, la baja California) como del Atlántico (golfo de México, mar del Caribe); del color de sus flores como las de las jacarandas o las buganvillas, o de lo recio de sus cactus; de la amabilidad de sus gentes; de sus músicas surgidas a partir de la colonial guitarra introducida por los españoles y que ha derivado en músicas como el bolero o las rancheras y producido cantantes míticos como Pedro Infante o Jorge Negrete y  compositores de la talla de Agustín Lara, o esas agrupaciones de mariachis y tríos; de sus arquitecturas coloniales y sus calles y plazas trazadas en rectángulos… Pero si se quiere ser fiel a la realidad no se puede, hoy en día, dejar de hablar de la guerra del narco y las víctimas inocentes que produce. Guerra entre los carteles  traficantes, guerra entre estos y el gobierno, todo en un marco de desigualdades sociales pronunciadísimas, de pobreza, de corrupción y de una cierta sensación de impunidad y descontrol en la justicia.
Acabo de regresar de unas cortas vacaciones por la península de Yucatán, de recorrer las asombrosas ruinas mayas, y me encuentro con noticias de que en la turística Acapulco acaban de asesinar a cinco empleadas de un centro de estética. O de que hace unos pocos días doce personas han sido asesinadas den Monterrey, la Barcelona de este país, y de que en Ciudad Juárez, una de las más vigiladas y casi ocupada militarmente, tres niños murieron abrasados después que unos desconocidos lanzaran un cóctel molotov por la ventana de su casa. O que en Tamaulipas, el estado donde los criminales operan con casi total libertad, se hayan encontrado 145 cadáveres en doce fosas clandestinas en la localidad de San Fernando, donde el verano pasado fueron asesinados 72 emigrantes centroamericanos. Y otra fosa con diez cuerpos completos, tres cabezas y cuatro cráneos acaba de aparecer en Durango. Algo de todo esto está estos días denunciando en España la periodista y escritora JudithTorrea, de origen español, pero afincada en Ciudad Juárez.
No es de extrañar que tanto Estados Unidos como España reiteraran la peligrosidad de viajar a ciertos Estados, los considerados más peligrosos, como Baja California norte, Sonora,  Chihuaha, Nuevo León, Tamaulipas, Sinaloa, Michoacán o Guerrero. Y es que por mucho esfuerzos que haga el Gobierno mexicano, inundando con pobres resultados algunas ciudades de policías y militares, mientras no  sean eficaces en la lucha contra el blanqueo del dinero y eliminen las injusticias sociales, dando oportunidades en educación y creando empleos, sobre todo para los más jóvenes, el narcotráfico será la única salida para poder subsistir que tienen miles (¿quizá millones?) de mexicanos.

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